“Reinará sobre la casa de Jacob por siempre y su reino no tendrá fin”. Jesucristo edificará el templo definitivo de Dios sobre piedras vivas siendo Él la piedra angular, pero nunca olvidará que se debe a la morada santa que es su Madre,igual que procede de la estirpe de David por José. Lamaternidad de María es tan imperecedera que Jesús desdela cruz la nombrará Madre de su Iglesia. Para Dios no haynada imposible cuando uno se niega a si mismo y ofrece plena docilidad, generosidad y espíritu de sacrificio sobre la responsabilidad humana ante el designio divino. Esta fue la experiencia radical de fe en María.

Don Baltasar a lo largo de su vida tuvo muy presente esta actuación de María, sabedor de que él era templo de Dios, recordando aquellas palabras en su ordenación sacerdotal: “Dios que comenzó en ti la obra buena, Él mismo la lleve a término”. Vivió el sacerdocio y la misión encomendada con valentía, generosidad, paciencia y creatividad. Sabía que el sacerdocio ministerial es acción de la gracia sobre quien ha sido llamado a ejercerlo, y que se “se entra en el sacerdocio a través del Sacramento, a través de la entrega de uno mismo a Cristo para que Él disponga de quien ha recibido el sacerdocio, para que le sirva y siga su llamamiento, aunque éste se oponga a sus deseos de autorrealización y estima. Configurarse con Cristo quiere decir conocerle y armarle cada vez más, para que la voluntad del sacerdote se una a la suya. En la vida de Don Baltasar percibimos que el sacerdote no puede encontrarse a si mismo plenamente más que en una desinteresada entrega de si mismo a través del ministerio sacerdotal que es de Cristo. Lo que repetidamente dijo en la celebración de la Eucaristía: “Que el nos transforme en ofrenda permanente”, lo fue haciendo realidad en su vida, descubriendo las indicaciones del espíritu en el espesor de la historia.

El sacerdote ha de ser colaborador de la alegría de los fieles (2Cor 1,24). Un motivo de honda satisfacción para el sacerdote donde encuentra pleno sentido a su vida es el experimentar que su identidad está íntimamente relacionada con la misión de la Iglesia en la lectura de la Palabra de Dios, en la interpretación de los signos de los tiempos, en la celebración de la liturgia bajo su presencia, y en la ordenación del servicio de la caridad bajo su guía. La vida de D. Baltasar fue un servicio constante y desinteresado a los más necesitados, poniendo como base de la promoción social que pretendía, una educación y formación integral que preparara para afrontar con responsabilidad las diferentes situaciones emergentes en la vida. Mirando siempre a lo lejos y en profundidad, cuidó con especial atención la formación de la mujer, considerándola como un pilar esencial, básico, de la sociedad. Especial preocupación tuvo por la infancia desvalida, atendiendo con la mayor discreción a las graves necesidades de muchas familias en aquellos difíciles días.

Su profunda humanidad, su actitud apostólica y sacerdotal, sus tareas y afanes pastorales a favor de los necesitados, así como su incansable trabajo en la fundación, formación y acompañamiento humano y espiritual de las Hijas de la Natividad de María, agranda su dimensión como hombre de Iglesia aquí y más allá de nuestras fronteras, haciendo de él una de las personalidades más relevantes de la Iglesia en la Galicia del siglo pasado. Vivió en un período histórico de profundos cambios y transformaciones en la Iglesia. Supo responder fielmente a las necesidades de cada momento tanto como sacerdote al servicio de esta Iglesia compostelana, como fundando un Instituto Secular para la misión evangelizadora y promoción de la mujer.

Hombre de Dios, hombre de la Iglesia, hombre de los hombres, trató de cumplir la voluntad de Dios. También tuvo sus noches obscuras que siempre son purificadoras y que nos hacen buscar a Dios allí donde realmente está y no donde a veces nosotros quisiéramos que estuviera. La vida y el ministerio del sacerdote ofrecen hilos suficientes y de diferentes colores para ir confeccionando el tapiz de una existencia de la que uno puede sentirse satisfecho y feliz. Así lo percibió Don Baltasar que sabía que la vida y el ministerio del sacerdote son continuación de la vida y de la acción del mismo Cristo. Bien es verdad que para acercarnos a esta zarza ardiendo tenemos que despojarnos de tantos prejuicios y situarnos en una perspectiva de fe viva y en la confianza en el amor de Cristo que siempre cuida de la Iglesia.

La memoria y el testimonio de Don Baltasar siguen vivos en nuestro momento histórico y son un don del Espíritu para nuestro tiempo. Bien podemos subrayar que tenía conciencia clara de que el sacerdote “es el hombre de la caridad y está llamado a educar a los demás en la imitación de Cristo y en el mandamiento nuevo del amor fraterna, en particular del amor preferencial por los pobres, en los cuales mediante la fe descubre la presencia de Jesús”.

Pidamos que pronto podamos verlo en los altares, hagámonos eco de su carisma y proclamemos constantemente la grandeza del Señor, mientras esperamos su venida gloriosa. Amén.